Me ha dicho que últimamente
piensa mucho en la muerte. Pero no con ideas suicidas, no. Él se ve como un
cronómetro que empezó la cuenta atrás hace muchos años y se olvidó de su
función hasta hace poco. Ahora, a su edad, no me la ha dicho, pero está entre
cincuenta y sesenta, el cronometro ha comenzado a hacer ruidos y fallar de vez
en cuando. Pequeños sustos, me dice. Pero algo que antes apenas existía para
él, pese a que nunca ha dejado de funcionar, por suerte, me dice, ahora ocupa
cierto tiempo en sus días. Y hay cosas que no ayudan. Porque de nada sirve
hacerse el loco, o mirar para otro lado, siempre hay como un chirriar de
saetas, su cronómetro es viejo y no tiene números digitales, que le devuelve a la
realidad de una muerte que, lejos de acechar escondida tras algún martes, se
pasea desnuda por su casa sin ningún pudor. Por ejemplo, no ayudan algunos
wasaps, el móvil que tiene sí que es bastante actual, de amigas. Ayer, mientras
estaba fumando un cigarro y escuchando música, le llego uno de esos mensajes. “pero
lo importante es que tú te sientas bien escribiendo”. Justo en ese momento no
escribía nada. Fumaba, escuchaba música, se sentía bien, se sabía nadie y eso
le infundía una tranquilidad en la que le gustaba regodearse, como si el olvido
ralentizase el cronómetro. Últimamente duermo mucho, me dijo, como si estuviese
haciendo un máster tan de moda para cuando el cronómetro falle por fin. Cuando le
iba a preguntar me dijo que le gusta dormir, aunque aún no sabe si es por el
ratito de muerte, y usó ese diminutivo de una manera tan cariñosa que casi me
dio miedo, o si es por el despertar y sonreír al haberle ganado un nuevo round al
destino.
Me siento bien, me dijo. Supongo que
mi estupidez y mi optimismo siempre me han ayudado, incluso a veces en extremo,
pero me siento bien. Justo en ese momento el reloj de carillón que tiene en el
pasillo comenzó a dar las horas, y él, con una voz monótona las acompañó. Nueve,
ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…y comenzó a reírse con fuerza.
No le vi la gracia, aunque aquel estruendo producido por los gongs del reloj y
su risa, consiguieron tapar por un rato el odioso chirriar que escucho desde
hace tiempo.
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