Armo palabras como si fueran de
luz, sin embargo, hoy volvió la noche. Paro el viento, dejo que mi pelo se
mantenga suspendido mientras cientos de aves se quedan clavadas en el cielo con
sus alas abiertas, sin embargo, una mujer dobla la siguiente esquina y
desaparece de mi vista. Río, dicen que la risa es un buen medicamento, y cada
carcajada se convierte en un verso, un poema que habla de amor, hasta que el
olvido escribe el último verso. Miro mi cielo, cuento estrellas, hoy hay una
menos. Vuelvo a escribir las mismas palabras que he escrito una y otra vez,
como si fuese un castigo que nunca acabo de cumplir. Si mañana tengo tiempo,
lloraré. La noche ya está aquí, trae su escoba, y barre el olor de todas las
pieles, se lleva la risa, guarda en sus cajones caderas, pechos, deseos
cumplidos y los que nunca se cumplirán, y hace un pacto con el recuerdo que
nunca son capaces de cumplir. Puede que en algún lugar alguien llore sobre mi
alma. Mañana será otro día. Pero el día es siempre el mismo en este páramo
donde hoy no hay nadie que dé cuerda a los relojes ni mida las distancias. Abro
un grifo, una gota de agua cae y se queda suspendida a dos centímetros. En
ella, el reflejo de mis ojos y de una lágrima que refleja la gota en una
eternidad de juego. Si mañana tengo tiempo, lloraré. Cojo mi cuerpo y tristeza,
la cama puede que sea un buen aliado. A uno lo acuno, como si fuese un niño,
como si fuese un ángel. La otra se sienta a los pies de la cama y mira como
cierro los ojos por si la luz se escondió en mis parpados. El silencio me toma
de la mano y me hace caminar hacia otros mundos. Me mira, sonríe. Sus labios
son de plumas y hace intención de hablarme. Le tapo la boca con la mano y le
susurro “mañana será otro día”.
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