"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 4 de marzo de 2018

Amanece noche, una noche larga y oscura…( La Puerta del alma)


Amanece noche, una noche larga y oscura que nunca termina. Ante mí un páramo inusitadamente poblado de olvido. Y yo, desnudo. Intento caminar y he olvidado el orden de los pasos, su técnica. Sin ritmo, con la torpeza de quien despierta del más dulce de los sueños a la puerta del infierno, avanzo entre los restos de lo que queda de mis ansias. Unos pasos, solo unos pocos, y un cansancio, que parece llegar de lo más profundo de los tiempos, se asienta en mi ánimo y me obliga a sentarme recostando mi espalda en algo que fue un árbol algún día. Por su corteza, lágrimas, que no savia, bajan hasta el suelo y son devoradas por el infinito y oscuro páramo. Cierro los ojos y contemplo la misma oscuridad que con ellos abiertos. Presto atención a todos y cada uno de los sonidos y el silencio me dice que hace tiempo, tanto tiempo, que se fueron. Una hora, dos, puede que días, el tiempo no se atreve a cruzar estas tierras. Las lágrimas resbalan por mis hombros, me hacen sentir parte del árbol, y a él parte de mí, y los dos parte de nada, de esta poblada nada que cubre hasta donde la vista alcanza. Si no fueran suficientes las lágrimas que pueblan cada uno de los árboles y la ausencia, lloraría yo también, yo también. Sin embargo me quedo allí, como si siempre hubiese estado allí, con la sensación que tengo raíces milenarias que se enredan con otras raíces, con miles de raíces. Quizás espero que sople un viento fresco y rápido que haga que alce el vuelo, aunque nunca sopla, o que una mano amiga se tienda hacia mí, me aferre, y tire con fuerza, aunque en el intento, mi piel quede pegada a la corteza del árbol del que ya formo parte. Pero no hay huellas en el suelo, en la ceniza que cubre cada centímetro de este páramo, no, nunca pasa un caminante, nunca pasó, nunca pasará. El páramo es mío, solo mío, y la noche, y los árboles, y la ausencia, y todas y cada una de las lágrimas que siguen cayendo incesantemente, con ese afán insondable que no nace del deseo de llenarlo todo, sino de vaciar unos ojos, un cuerpo, hasta que este solo sea madera seca. No maldigo mi suerte, no puedo maldecir lo que no tengo, ni mi mala estrella, no las hay. No doy cancha a la rabia, ni al desaliento, no tiene sentido. Sólo espero, espero, sintiendo como ya hay ramas que comienzan a clavarse en mi cuerpo y lejos de dañarlo forman parte de él, como el hastío, como mis dedos, como la derrota.

Anochece noche, una noche que se acurruca a mi lado, entre mis piernas. Apenas puedo separarlas un poco para que acomode su cabeza y mi mano acaricia sus cabellos. Miro a lo lejos, a cientos de kilómetros entre la oscuridad, y hay más oscuridad, más, un mar de oscuridad que rompe contra el acantilado de mi derrota. Soy un hombre, era un hombre, nunca fui un hombre. No me importaría mucho si acabase atravesado por los miles de ramas de este páramo y al final pudiese convertirme en ceniza, pero un hilo de vida que casi es una obscenidad en este lugar, se empeña en mantenerme vivo, en sentir como si fuese yo cada ausencia inevitable.

Lloro, por fin lloro, puede que ya no sea yo. Quizás el páramo ganó su batalla, aunque no he luchado, no lucho, nunca lucharé. Duermo, sueño con ceniza, lágrimas grises, mis manos se han convertido en tierra yerma, mis piernas, en cocodrilos de mármol, mi cuerpo, en féretro de humo, y mis ojos, mis ojos…, mis ojos no pueden dejar de mirar esta larga y arrolladora noche. Finalmente la noche entra por mis ojos, baja lentamente por cada una de mis venas, se filtra hasta cada uno de mis pulmones, llega a mi sexo, soy noche, por fin soy noche.

Amanezco yo, no miréis nunca a mis ojos, hoy no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sueño

Sueño