La luna entra por la puerta del
bar arrastrando los pies. El día ha sido largo. La noche no será cómplice de
ningún gran amor hoy. Él se apoya al final de la barra, mirando como el líquido
que se ha derramado de todos y cada uno de los vasos ese día se deja caer por
la madera hasta llegar al suelo. En sus manos un lápiz, y sobre la barra,
manchado en una de sus esquinas, un folio. Solo ha escrito una palabra en la
parte superior “bolero”. Y suenan boleros sin cesar desde hace unas horas
saliendo de la garganta de un viejo agarrado a un micrófono para no
desfallecer. No hay pendencieros en las
mesas, ni putas con sus trajes de colores. No hay parejas de amantes que llenan
sus labios de alcohol y besos. Tan solo un perro al lado de la puerta del bar,
la luna tumbada sobre la estantería entre las botellas de ron, el viejo sin
final agarrado al micrófono, y él. Enciende un cigarro y tose, siempre tose. El
humo se queda a la altura de sus ojos, sin subir, sin buscar una puerta de
salida, porque no la hay. Por entre el humo le llega la luz que entra de la
calle al abrirse la puerta. Una mujer rubia, grande, rubia, entra y se sienta
al principio de la barra. La mira, lleva el lápiz a la altura del folio y duda.
No, no hay nada que escribir. Vuelve a mirarla por si sus labios son rojos, no
lo son. Por si sus pechos…no lo son. Ella pide una copa y llora. Él no siente
nada, sigue con la hoja en blanco y aquella palabra que ya ha repasado varias
veces “bolero”. Cuando parece que ya todos forman parte de un cuadro que está
terminado a falta de la firma, vuelve a abrirse la puerta y entra el fracaso
con un traje blanco y bastón. Se para, mira a la rubia y sigue hasta ponerse al
lado de él. Pide una bebida americana y mira alrededor. El viejo comienza con
voz rasposa un bolero llamado “Dos almas”, y los suspiros atronan en aquel
silencio. La rubia se seca las lágrimas con la manga de su camisa y toma un
trago de su copa. El joven aprieta con fuerza el lápiz mientras piensa que
nunca será capaz de escribir aquel bolero. Y el hombre mira con descaro a la
rubia y le dice al joven sin mirarlo “¿crees que la rubia querrá bailar este
tango conmigo?”. La luna tiró un par de botellas al suelo, el viejo se
atragantó al llegar a la palabra “camino” en el bolero. La rubia dejó de llorar
de golpe. Cuando llegó la policía la rubia tenía los labios rojos, el viejo
entonaba, junto con una negra, que nadie sabe de dónde salió, el bolero
“Silencio”, y un joven que estaba apoyado en el final de la barra firmaba en
una hoja donde había escrito un bolero mientras sonreía.