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¿por qué los que van a morir siempre tienen los ojos grandes, Abdul?,
es como si la muerte nos mirase desde dentro de ellos con sorpresa.
Y sus caderas tienen una difícil
forma que asemeja una lucha sin sentido contra la verticalidad cotidiana. Sus brazos
son largos, como dos ramas que buscasen sin remedio a la madre tierra. Y
sonríe, una y otra vez, como si no fuese consciente del tamaño de sus ojos.
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¿todavía siguen los titanes sujetando el péndulo del reloj de tu vida?
Y gira la cara como si tuviese
que recorrer diez kilómetros de hombro a hombro, cuando apenas los separan unos
centímetros. Y mueve los brazos repentinamente rápidos, como queriendo
recuperar todo el movimiento que no han hecho en la última hora. Sonríe, una y
otra vez, como si quisiera hacerle una finta al tamaño de sus ojos. En cualquier
momento se caerá, en una de sus descoordinadas carreras acabará por caer poco a
poco formando un montoncito de huesos debajo de una sudadera y de un pantalón
estrecho extrañamente ancho en sus piernas.
Ayer me dijo que quiere volver a
su país. Ayer fue para mí, para él no soy capaz de adivinar cuánto tiempo
supone. Puede que sea un año, o un par de segundos. La muerte tiene un extraño
reloj sin números, sin saetas, tan solo lleno de ojos grandes.
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Ayer casi no comiste nada. Háblame más alto. Deja de sonreír o cierra
los ojos. Cuando la muerte te mira y se sonríe uno siente el abandono y no tiene
el derecho del llanto.
Después de dos días ha vuelto. Sigue
con sus ojos grandes. Da los buenos días y sonríe, casi sin ganas, como si me
lo debiese. Se toca una pierna, me hace un gesto. Es jueves.