"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 29 de septiembre de 2013

Retales I


Dos de octubre, comienzo a pintar de negro la pared del fondo. Sin prisas, las cuatro esquinas. Dejo que el pincel sumerja en la oscuridad cada uno de los centímetros que antes estaban pintados de blanco. Respiro pintura. La respiro a pesar de la mascarilla, la respiro por los ojos. Acerco el pincel a cada una de las esquinas con cuidado, como si después de estas estuviese el vacío finito. Un vacío que puede acabar por llenarlo todo y no dejar espacio para mis miedos. Te pinto un ojo, desaparece. Más pintura. Subo y najo el pincel en un movimiento espiral cuadrado, volviendo negra la pared desde cada una de sus cuatro esquinas hacia el centro. Respiro pintura. Mis pies son negros, mis calcetines, mi mano izquierda. Mis recuerdos se vuelven negros, mi poca inteligencia se oscurece, desparezco en un lento frenesí de subidas y bajadas y viajes al fondo de un cubo de pintura que hace rato se acabó. Finalmente me encuentro ante una fina línea en medio de la pared que llega desde el techo hasta el suelo. Paso una y otra vez el pincel sobre ella pero ya no hay pintura. Mi espalda es negra, y mi pecho, y los cientos de imágenes que vienen a mi mente en esos momentos. Dejo el pincel, me quito el guante. Todo yo soy negro salvo mi mano derecha. No veo, mis gafas están pintadas de negro. Me las quito. Mi miopía me deja distinguir todavía esa línea que parte en dos la pared como un presagio indescifrable. Camino unos pasos a tientas, alcanzo la puerta. Busco con mi negra mano el interruptor de la luz. La apago.

Y ahora escucha esto.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Retales.

Eres un punto, o una luna, o un espacio indefinido entre febrero y la ausencia. Estuviste, si mi memoria y el demonio de la ilusión no me mienten, estuviste. Eres un juego de manos entre caderas y pechos, y un paseo con prisas, y un beso. Pero mis manos están quietas, y mis pies, y mis labios apenas pueden pronunciar tu nombre. Te llamabas esquina, o calle olvidada, o farola. Te llamabas deseo en un fuego que acabó en estas cenizas. Una cuenta atrás que siempre acaba en menos dos. Sigue haciendo calor y sudo por ti. Cuando tu memoria me olvide me volveré mariposa.
 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Si fuese así...


Si me dolieran los brazos


Como me duele el alma,
Mañana sería siempre
Y esta tarde mediodía.
Si me creciera el pelo
Como me huye el llanto,
El cielo sería agosto
Y mi boca celosía.
Si este ruido inagotable
Se transformara en silencio,
Un pie cabría en un paso
Y la luna en mi zapato.
Si los cientos de leopardos,
Que caminan por mis piernas,
Se sentaran en mi ombligo,
Entonces las mariposas
No serían de madera.
Si se callara este ruido.
Pero siempre es primavera
En este invierno maldito,
Pero siempre es despedida
Sin habernos conocido.
 

jueves, 12 de septiembre de 2013

Ni una lágrima.

Toda la noche, toda la puta noche para fabricarlo. Sueño, delirio, insomnio, unos cuantos cigarros, mal sabor de boca, paseos hasta la ventana para mirar el cielo “hoy tampoco lloverá”, y de vuelta al trabajo.  La forma, el peso, el sabor, la curva indefinida de uno de sus extremos, el color, siempre el maldito color que nunca atino a la primera. Un momento de descuido, solo uno, y se cierran mis ojos. Despertar angustiado, “no llegaré a tiempo”, y de vuelta al trabajo, una mano de pintura, esperar, un cigarro más, dentro de unos años dejo de fumar, lo toco con el dedo con cuidado, aún no está seco. Viaje a la cocina, el cazo, el fuego, el tiempo, siempre el tiempo en todas partes, como un jueves estúpido que no encuentra su lugar nunca. Un café. Mirarlo desde lejos mientras sigue secándose, “no parece que vaya a quedar mal, no”. Un nuevo sorbo, una nueva bocanada, humo que se pierde en el infinito y humo que se pierde en mis pulmones, debe de ser febrero en algún sitio. Segunda pasada de pintura y va cogiendo color. Tengo que esforzarme para no probarlo. Pienso en nada, en el trabajo, pienso en los amigos y en los enemigos, no encuentro diferencia, pienso, dejo de pensar y juego con una pelota pequeña entre mis manos. Una señorita se columpia sin descanso esperando que se agote una pila de la que nadie se acuerda. Noche cerrada todavía, llegaré a tiempo, seguro. Lo tomo entre mis manos, lo miro a contraluz, lo pongo justo debajo de la lámpara y lo voy girando mientras busco algún fallo, alguna zona sin pintar, algún minúsculo espacio donde se me haya olvidado darle la forma adecuada. Nada, el proyecto perfecto de un loco que no tiene manera de encontrar la locura. El horno a ciento ochenta grados, la bandeja con una curva producto del mucho uso, adentro. Darle la vuelta a la bandeja cada diez minutos para que se cueza por igual por todos los lados. Es febrero en Venezuela, seguro. Están abriendo las puertas de la noche y no tardarán en colarse cientos de indiscretos. Las calles se llenarán de arrastres silenciosos y sombras en busca de un sol que las defina. Cuatro minutos y estará listo.
Listo. Toda la noche, toda la puta noche para fabricar un beso, el mejor de mis besos, y ahora aquí está, sobre la mesa, sin una boca donde dejarlo, sin unos labios donde un abismo de lujuria lo llame sin remedio. Lloraría, lloraría si no fuese porque sé que un beso no me cuesta más de una noche de trabajo, pero una lágrima, ¡ah!, una lágrima puede llevarme al menos cuatro noches, y quizás el coste de un par de besos.

Sueño

Sueño