"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

martes, 27 de noviembre de 2012

Te quiero desde ayer.

Te quiero desde ayer, ¿o son ya más de treinta años? Ayer te vi ponerte el pijama desde mi ceguera intermitente. Tu pelo, tu contorno, la sombra de tus pechos que no alcanzaba a ver, tus gatos. Tus manos en mi espalda y Morfeo dando vueltas al borde de la cama. Te quiero desde hace apenas diez minutos, o puede que sea un siglo, mi amor es inconstante, a veces se rezaga, se esconde entre los chopos, parece que se ha ido jugando al escondite. Entonces ¿me he perdido? Hay brazos que aparecen colgados de balcones, y bocas en las puertas, y sexo en los rincones de cuerpos que ignoraba. Hay huellas que conozco, se ajustan a mis pies, me llevan de paseo. Te quiero justo ahora, y ahora es tanto tiempo que no logro abarcarlo. Pareces esta hoja, esta mañana fría, esta lágrima sin sal. La ausencia es un camino que lleva hasta tu aliento. Y tiro de las horas, me meto los minutos en el bolsillo de  mi pantalón roto, y voy dejando un rastro de segundos y besos. Te quiero desde siempre, que a poco sabe siempre cuando pienso en tu risa.

jueves, 22 de noviembre de 2012

No saciarás tu alma en estas tierras.

No saciarás tu alma en estas tierras, decía el cartel a la entrada. Y he de reconocer que así fue. Sol, un abrasador sol que se extendía desde el infinito hasta mis miedos. Sol, demasiado sol. Y un gélido viento en mi pecho al que no llegaba aquel calor. Caminé durante siglos por aquellos polvorientos caminos. Vi mi cara reflejada en la tierra quemada del lecho de los ríos secos. Una cara indefinida que apenas conservaba algunos rasgos del hombre que se adentró en aquellas tierras. los caminantes que me cruzaba nunca me hablaron, ni yo a ellos. El silencio era el príncipe inmisericorde que se instaló en  nuestras gargantas y en nuestros oídos. Un feroz silencio que lo llenaba todo. Dije mi nombre en voz alta, y el eco nada me dijo. Grité en el más atroz de los acantilados, y solo un viento calmo llevó mis palabras hasta el siguiente recodo. No dormí durante aquel tiempo, ni comí, ni bebí. No respiré aquel aire amargo que poblaba aquel paraje yermo. No morí. No se puede morir en las posesiones de la muerte. No morí. Envejecí unos años, pero unos años no tienen mayor sentido en casa de la eternidad. A menudo, en las noches donde el silencio dejaba escuchar el más leve lamento, oía una voz que repetía sin descanso la leyenda del cartel de la entrada, pero siempre añadía un susurro lo más parecido a un llanto que hace mucho no escuchaba.
Lloré, claro que lloré. Lloré hasta que alguno de los ríos ya no fueron lechos yermos; pero mi reflejo siguió siendo una mala caricatura de quién fui antaño. Una caricatura amarga como la sal de aquellas aguas. Y ya no hablo en pasado. Ahora vago entre iguales de un lado a otro. Hace unos días hicimos una hoguera con el cartel de la entrada. Los últimos tiempos han sido demasiado fríos, puede que sea porque ya somos muchos y el abrasador sol ya no logra calentar el suelo de este infierno. O puede que ya no nos importe nada.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Los nadie (a lo lejos, entre sombras, adivino la locura)


 J- ¿Quiénes son?
M- No lo sé. Están siempre ahí, afuera, esperándome. Ayúdame.
J- Aquí no hay nadie.
El viento del norte llegaba sin obstáculos hasta la puerta de su casa. Noche, noche cerrada, siempre noche. Un silencio, apenas roto por el griterío de los niños y la banda de música, se dejaba caer desde lo alto.
M- Diles que me dejen en paz. Al menos hoy. Diles que no soy yo a quién buscan. Por favor cierra la puerta.
J. Pero ya te he dicho que no sé de quién me hablas. Afuera, más allá de la puerta, solo hay vacío. Ya he dado dos vueltas y nada, nadie.
M- Me dan miedo. Me hablan de mí, me hablan. Son incapaces de  cerrar la boca. Una y otra vez inundan de sonidos mi renuncia. Diles que se callen.
El pulpito lleno de generales, de madres de hijos muertos, de cocodrilos. Los focos luchando a brazo partido con la ausencia de estrellas. La luna llorando, escondida detrás de unos árboles, llorando. Una hoja que pasa rodando camino abajo dice que es enero, aunque no puedo ver bien el día.
M- ¿Eres un de ellos, verdad?
J- ¿Uno de quiénes? Acabarás por volverte loco y por volverme loco a mí.
M- Si, eres uno de ellos, el peor de todos. El que consiguió abrirse paso en esta selva de olvido y llegó a mi puerta. Eres el héroe de la manada. El que levantará su brazo con un cuchillo en la mano lleno de mi sangre. Al que levantarán estatuas por todo el país y será venerado en las escuelas y en cantos. Pero no me importa, no al menos si consigues que se callen. Aunque no me creas, diles que se callen por favor, aunque solo sea unos segundos. Hazlo por mí, por favor.
Sobre la puerta, a la derecha, en un rincón, una araña ha tejido una hermosa tela que tiembla a cada nuevo cañonazo. El ensordecedor ruido acalla por unos minutos las palabras de ambos. Se ven sus bocas, sus caras desencajadas, sus gestos, en un mundo donde el ruido los ha convertido en dos actores del cine mudo. Y de pronto, como si cientos de personajes, los cañones, los niños, la banda de música, y tantos otros, se pusieran de acuerdo en un complicado unísono, el silencio.
J- ¡¡¡¡¡¡ Silenciooooooooooooooooooooooooo !!!!!
M- ¿Lo oyes?, ¿oyes mi corazón? No suena, nada, silencio. Hace días que no suena.

Sueño

Sueño