"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

miércoles, 27 de junio de 2012

jueves, 21 de junio de 2012

Era el peor hombre


Era el peor hombre sobre la tierra. Sus ojos mentían. No con la mirada, que era todavía la de un niño pese a su edad. Ni mentían cuando se dejaban caer por el pelo de alguna mujer. Mentían porque nunca supieron reflejarse en otros ojos, sobre todo si esos otros ojos buscaban con desesperación la mentira. Era el peor hombre porque su manos, unas manos que no fueron concebidas para la música, ni para trabajar la madera, ni para modelar el pan, se afanaron en servir para la caricia. Y una caricia, sobre todo si es en la espalda de una mujer, ha de contar con tantos salvoconductos que es muy difícil que no acabe cayendo en las redes de la mentira. Y no porque sus manos no recorriesen aquel mundo de piel y almendras con la suavidad, cuando esta era necesaria, y con la firmeza, si así era su cometido, sino porque una espalda, sobre todo cuando llego a esas manos en un paseo que creyó que la llevaría a otros lugares, tiende a hablar de ellas como extrañas, como ladrones que se colaron en una tarde de mayo cuando es tan difícil decirle que no a unos dedos. Pero todo eso no habría sido suficiente para ser el peor hombre sobre la tierra. Se empeñó en hablar, en escribir, en dejar que las letras se convirtieran en mariposas si ese era su antojo, o en gotas de lluvia si la sequía duraba mucho, o en labios, si la sequía duraba todavía más. Y todos sabemos lo peligrosas que son las palabras cuando hay unos odios prestos a darles acomodo.
Y así fue que se pasó la vida mirando, a veces con la mirada perdida, y otras con unos ojos frente a él que devoraban poco a poco los suyos. Y que sus manos no dejaron de navegar ni un día, aunque hubo días de soledad, de frío, de oscuridad, donde parecían arañas sin norte ni cometido; pero también los hubo de hombros, y de cinturas, y de lugares prohibidos a los que fueron invitadas. Y no calló, porque nunca fue necesario y porque nunca le fue posible. Dejó que sus palabras iniciaran viajes de los que no sabía con qué volverían. A veces volvieron con dolor, con ausencias, con llanto, y otras llevaban enganchadas palabras que se le metieron en el cuerpo como se meten los rayos de sol de abril cuando todas las puertas están abiertas.
Pero hay más normas que ojos limpios, y más que espaldas dispuestas a la aurora, y más que al silencio. Por eso, al final, pese a que sus bolsillos estaban llenos de invitaciones a vivir, acabo siendo el peor hombre sobre la tierra, aunque mirando sus ojos nadie lo diría, ni mirando sus manos, ni escuchando su risa a ratos, y su llanto a veces.

Sueño

Sueño