"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 26 de febrero de 2012

Sonrisa en bolsillo. De la serie "desde mi sofá"

(Escrito encontrado en el bolsillo de un pantalón tirado en mitad de una calle)
Personalmente cada vez entiendo menos lo que pasa a mí alrededor. Ya sé que es una frase hecha que hemos utilizado muchas veces; pero es que no se me queda ahí, me produce desazón, desasosiego, hace que la tristeza campe a sus anchas en un mundo donde el optimismo suele ser el rey, y derrota a mis ganas de trabajar en la ayuda rondando mi cabeza frases del tipo “que le den a todo, si tú tienes tu terracita con sol, tus macetas con tomates, con pimientos, y un trabajo –no siempre, claro, es lo que tiene haber decidido ser honesto- que te gusta, que les den”. Y sé que no soy así, o al menos no lo era hace un tiempo. Analizo las cosas, hago reflexiones y valoraciones, creo que no tengo mala cabeza, analizo los pros y los contras, saco conclusiones y…no entiendo nada. No entiendo a la gente, no entiendo a los partidos políticos, no entiendo las religiones, no entiendo los desacuerdos, y por eso sigo echando mano de los clichés, de las frases hechas, de las máscaras del teatro, de lo que se espera, y no funciona mal, al menos en el encuentro. Pero cuando subo cada mañana a ver si ya han germinado los pepinos, y si salió la primera fresa, entonces no me sirven las máscaras, ni los dobles sentidos, entonces el sol ya da en mi terraza, estoy solo, no puedo mentirme, doy una calada al cigarro, entorno los ojos y…sueño. Luego me voy al trabajo, no sin antes ponerme el traje de simpático, me sienta tan bien. Laboro, sonrío, laboro, sonrío, paro para comer y sonrío, hasta que vuelvo a casa, sonriendo. Al cerrar la puerta guardo la sonrisa en un bolsillo, me quito el traje y lo guardo entre el de “buen compañero” y “siempre dispuesto”, y me quedo desnudo, tan solo con unas gafas que siempre me devuelven un mundo que no comprendo, y con un cansancio que no será total hasta que no haya hecho mi media hora de gimnasia. Me pongo el pijama, tras la relajante ducha y espero, espero, espero. Ahora, pienso, es cuando vendrán mis amigos a explicarme el mundo. Me hablarán con voz dulce, desharán mis dudas como se deshace el humo de mis cigarros en la mañana, cogerán mi sonrisa del bolsillo del pantalón y la pondrán en mi boca para que guarde mi sueño. Y espero, espero, espero. Hasta que el sueño sube por mis piernas, eso si no se dejó caer de golpe hasta mis ojos desde mi cabeza, y me voy a la cama. Entonces, a veces con alguna lágrima en los ojos, me imagino a mis amigos en sus camas, después de haber esperado un rato a que yo fuese a explicarles el mundo, y con lágrimas en los ojos. Y me duermo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Mi ilusión. De la serie "desde mi sofá"


Hoy mi ilusión me dijo "estas viejo". Miré mis manos y estaban cortadas, miré mi cara en el espejo y tenía arrugas, mi rodilla dolía por la edad, mi mirada estaba cansada. Pero cuando la miré a ella, a mi ilusión, me di cuenta de que sigue pareciendo una niña de corta edad, sigue tan joven como siempre. Y ya no me importaron mis manos, ni mi cara, ni el dolor, y me puse mis gafas y salí a la calle.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Era una tarde sin viento.

¿Me dejas que te cuente mi vida?, le preguntó a Luis casi con miedo. No sé si tendré tiempo ahora, contestó Luis con indiferencia mientras buscaba algo en su mochila. Lo tendrás, le dijo él, lo tendrás. Apenas tardaré unos minutos, puede que no más de tres, le dijo mientras se ajustaba sus gafas. Era una tarde. No hay adjetivos, era una tarde sin viento, sin un sol especial, sin nieve, sin un ocaso de cuadro, tan solo una tarde, de las muchas que pueblan las obras anónimas. Y ellos eran dos en los que no nos fijaríamos si pasasen a nuestro lado ni aunque fuesen dando gritos, o desnudos, o…, no nos fijaríamos.
Me levanto y llega la noche. Si el día es de los dulces al instante caigo rendido y me duermo. Si no es así me da tiempo a darme cuenta de que he vuelto a trabajar para el olvido y lo innecesario. Esta es mi vida. Hay noches en que lloro. Y calló.
Justo en ese momento Luis encontró lo que buscaba en su mochila. Levantó la vista y le miro unos instantes. Acercó un cigarro a su boca, encendió una cerilla y dio una primera calada profunda. ¿Y crees que tienes una vida mala?, le preguntó mientras tiraba el humo entre unos labios que habían adoptado la forma de un beso. No, yo no he dicho eso, contestó él, simplemente esa es mi vida, ni buena ni mala, no hay vidas buenas y malas. Solo hay vidas.
Acabó su cigarro, tomo aire y le dijo, entonces te contaré yo la mía. No te preocupes, tampoco me tomará más de dos o tres minutos. Yo también me levanto, como tú, solo que al instante se me puebla la vida de gente, gente a la que no conozco ni me conoce. Hablo con todos, todos me hablan y esperan algo de mí, voy a sitios donde no quiero ir, y en todos me esperan. No me planteo si hay sitios donde quiero ir y nunca lo hago, no tengo tiempo. Hablo de cosas que no me interesan, pese a que todos me dicen que son las cosas que interesan. Escucho lo que me dicen y debo de poner atención, pese a que nada me interesa. Nunca como solo, nunca viajo solo, y sin embargo siempre estoy solo. Miro el reloj, una vez, dos, las nueve y cinco, las nueve y seis, y siempre avanza de minuto en minuto, unos minutos que se hacen eternos y hacen que las horas, los días, los años, pierdan el sentido. No hay saltos temporales porque siempre estoy en el tiempo y siempre me acompañan gentes que impiden que juegue a distraerle unas horas al día. Estoy cansado, pero nunca puedo parar. Cuando encuentro un banco, en cualquier parque, a la sombra, en un cansado día de julio, me siento, nos sentamos todos, y todos entonamos a la vez un “que día más caluroso”. Imposible que no lo sea con tanta gente pegada la una a la otra. El viento no encuentra un resquicio por el que pasar entre nuestros cuerpos, y sin embargo no hay sexo, es simplemente agobio, un agobio que se estira como un chicle en la boca de un niño juguetón y que siempre da más de si. Y con un poco de suerte, y tras millones de minutos, mis días llegan a tener millones, llega la noche. Llego a casa por grandes avenidas pobladas de gentes que hacen sus últimos esfuerzos en hacer jirones un proyecto de soledad que nunca cuaja. Igual da si el día ha sido dulce o no, aunque mi memoria, que tampoco es de las mejores, no recuerda días dulces, cuando llega la noche me acuesto y, como tú, lloro, solo que yo lloro todos los días. Sobre todo por si un día mi llanto se convierte en el más caudaloso de los ríos y me arrastra a un viaje sin fin hasta el más oscuro y remoto de los mares. Pero soy un hombre sin suerte. Mi llanto siempre me arrastra al sueño, y este a un lago oscuro donde todavía escucho el murmullo de la gente, sentada a la orilla, esperándome. Y lloro en sueños.
Luis vio que no hablaba, que tenía un cigarro en la boca y miraba fijo al infinito, donde se perdía un hilo de humo mientras ambos seguían sentados en aquel banco.

sábado, 11 de febrero de 2012

Ayer tus ojos

Ayer tus ojos, y una mirada que todavía me hace temblar hoy al recordarla, y tu boca, en la que no pude acabar todos los besos, ni los tuyos ni los míos. Hoy un páramo sin límites donde espero sentado que un eco misericordioso traiga tu voz desde lejos. Ayer tu sexo, un mar que traía una y otra vez una marea de espuma hasta mi deseo, y tus manos, y mis manos, y equilibrios entre dedos buscando el lugar oculto de la ternura. Hoy un desierto de recuerdos donde espero que mis pasos tropiecen con la lámpara maravillosa y un genio me haga la pregunta, donde no necesitaré tres deseos, ni uno, bastará con que miré mi pecho y sabrá que en él falta el calor del tuyo. Ayer tus pasos, ocultos por los míos y por la lejanía, y tu risa, como una fuente inagotable en la que mis años saciaban su cansancio. Hoy una tormenta de imposibles que se empeña en derribar mi castillo, donde espero que vuelvan mis caballeros a traerme noticias de tu vuelta.
Ayer nosotros, con mis manos y tu risa, con mi deseo y tu mar, con mi boca y tu mirada. Mañana, si el eco me trae tu aliento, si un genio comprende que mi pecho necesita tu pecho, y una tormenta clemente deja que mis caballeros traigan noticias, mañana será nosotros.

jueves, 9 de febrero de 2012

Un beso

Me gustaría dejar caer un beso en lo alto de tus hombros. Los vientos, el destino, una jugada del futuro, la casualidad, no importa quién. Y esperar, sentado en tu mirada y sin prisa. Ayer viajó por tus pecho, como anteayer; pero hoy es un día de espaldas, y lo veo dejarse ir hacía abajo, sin miedo. Va cayendo, poro tras poro, como si una de sus tareas fuese contarlos todos, hasta que llega justo a la distancia de mi intención de tus nalgas. Te encoges, como si el beso empujase en tus caderas, te encoges y sonríes. Desde tu mirada no adivino el camino que tomará. Puede que acabe saltando al vacío desde tu cadera derecha, o que tome el camino del medio. Entonces tu mirada se cierra y mi deseo se abre. Vacilo en el abismo de lo prohibido. Tomo aliento, por si hoy he de dar el salto que atrape ese beso y lo devuelva a mis labios justo a la entrada de la noche. Pero tus ojos se abren y me atrapan justo en el momento inoportuno del abismo. Lloro, y en mis lágrimas no hay besos, ni hombros sobre los que buscar una jugada imposible. En mis lágrimas solo hay silencio y espera.
Me gustaría dejar caer un telón sobre uno de estos días que forman el misterio. Fuera el público, impaciente, dentro tú, yo, un beso colgado de un cielo de papel lleno de estrellas, y la orquesta esperando eternamente la orden para comenzar a tocar. Autor, anónimo, interpretes, anónimo, historia, la más vieja del mundo y la más oculta. Y siguen impacientes, porque nadie sabe cuando termina la función, porque nadie sabe. Y ensayo una y otra vez, junto los labios, lanzo uno y queda colgado del techo, lanzo otro y no alcanza a tomar vuelo, lanzo miles y se llena de luz y, entre sombras, dos cuerpos, y entre sombras una historia que comienza donde acaba la historia, y un futuro que comienza donde acaba el futuro.
Me gustaría dejar caer un beso en lo alto de tus hombros, y esperarlo sentado en uno de tus pies. Le hablaría del tiempo y él me contaría sobre tu piel, le hablaría de enero, y él siempre sería abril, le habaría de ti y él me diría que guarde silencio, se subiría a mis labios y señalaría la cima de tu espalda.

domingo, 5 de febrero de 2012

Sibilo


La miró a los ojos, y adivinó que aquello se acababa. Por si acaso, por si su ciencia no era exacta, le regalo el silencio, para lo que ella quisiese, un grito, un suspiro, dos palabras, lo que fuese, y ella se lo devolvió. Pero a él le sobraba. Silencio, soledad, tristeza, tenía suficiente para montar unos grandes almacenes. Con lo bien que le hubiese venido un beso para unos labios cerrados por liquidación y sin embargo ella no llegó a abrir los suyos, los mantuvo tras la persiana metálica y cerrados con varias llaves. Por un momento pensó en llorar, agua en el mar; pensó en rogar por si los cielos tenían un día de fiesta y ella hacía guardia, pero los cielos no descansan nunca; pensó, y mientras él pensaba ella se pintó las uñas de los dedos del pie derecho sin que le temblase ni una sola vez el pulso. Adivinó que el único esfuerzo que le quedaba por hacer eran los pasos que le alejarían de ella o la mirada, si era ella la que se iba, clavada en aquella espalda. Suspiró profundamente, por darse tiempo, y en ese suspiro ella, sin que le temblase de nuevo el pulso, se pinto las del otro pie. Haría un último intento, el intento número mil de los últimos, no era cuestión de que el siguiente fuese el bueno. Encendió un cigarro para juntar vicios, el tabaco, ella, y esta obsesión por verla pintarse los labios sin mirarse al espejo. Se sentó al lado de la ventana, el sol le daba en la cara y convertía cada bocanada de humo en un paraíso blanco que lo ocultaba del presente. Adivinó, entre aquella niebla, el cuerpo desnudo de ella entrando sin prisa en un vestido, nunca la había visto con vestido. Dio una segunda calada al cigarro y aguantó hasta que iba a ponerse el primer zapato, entonces soltó de golpe el humo y de nuevo una niebla densa y blanca lo ocultó. Escuchó unos pasos, creyó adivinar un adiós que se quedó atrapado en el humo, y escuchó el golpe seco de una puerta que sonó de color gris y con sabor a té, nunca llegó a gustarle el té. Acabó el cigarro, no era cuestión de quitarse todos los vicios el mismo día. Buscó su ropa y guardó el tarro de pintura de uñas que había dejado olvidado ella sobre la mesa. Dudó si pintarse él las uñas de los pies; pero las locuras y el abandono no son buena mezcla y acabó por guardarlo en un cajón. Puede que algún día le hiciese falta.

Y ahora escucha esto...

sábado, 4 de febrero de 2012

El día en que no acudió el destino.


-         Mama ¿dónde está el balón?, dijo Juan con una voz de un niño de no más de cinco años.
-         En el cesto. Le contestó su madre, con una voz diferente, pero cargada de ternura.

Puede que aquello fuese una premonición. Ya se que es un juego fácil unir la palabra “balón” y la palabra “cesto”; pero a veces las cosas son así de fáciles. Puede que también ayudase las estatura de sus padres, una madre demasiado alta para aquellos años sesenta, y un padre que a menudo se agachaba para pasar por las puertas; pero lo cierto es que Juan, con apenas cinco años, tuvo como una visión y tomó una decisión firme “seré jugador de baloncesto”. Y así empezó su periplo.
Primero le hizo poner una canasta a su padre en el corral de la casa, clavada en la pared lateral del garaje, y pinto una raya al lado. Medía su altura cada mes e iba subiendo la canasta. A los nueve años la pared ya mostraba la altura de un niño de catorce, y al lado de cada raya unos agujeros que daban fe de los movimientos de la canasta; pero en su colegio se jugaba al futbol.
Juan podría haberse negado pero le encantaba el deporte. Buen delantero centro, buen rematador de cabeza. De alevines a infantil, y con una clara proyección para los juveniles con posibilidades de que algún equipo de la provincia viniese a buscarlo.
Y cada tarde, al menos, una hora de canastas. Gancho con la derecha, mate a dos manos, salto imposible y con cuidado de no darse en la rama del árbol. Tendré que hablar con papa para que la corte, pero se estima tanto su limonero.
A los trece años recién cumplidos ya cogía la pelota de baloncesto con una sola mano. La pasaba entre las piernas, la hacía rodar en cualquiera de los dedos de las dos manos. Era capaz de encestar limpiamente desde más de ocho metros con una efectividad del noventa por cien, y “pichichi” en la liga infantil de futbol con más de seis goles de diferencia con el segundo.
Pero él cada vez que saltaba para rematar un balón de cabeza cerraba los ojos y se veía volando hacia la canasta, por encima de un enjambre de brazos incapaces de detenerlo. Cuando escucha los gritos de alegría por el gol, y todavía con los ojos cerrados, se imaginaba agarrado al aro, con ambas manos, y las piernas abiertas, mientras el balón caía por dentro de la cesta y subían dos nuevos tantos al marcador.
“El delantero más alto de la historia del nuestro equipo” titulo un artículo un famoso periodista de la capital. Y así era, dos metros seis centímetros, y seguro que podría haber medido más si hubiese llevado un entrenamiento específico para el baloncesto; pero los entrenamientos de futbol para aumentar su rapidez y su potencia de piernas seguramente le robaron un par de centímetros.
Seis años como delantero centro, unos ingresos que le permitirían vivir más que holgadamente el resto de su vida y enviar a colegios caros a sus hijos y, sin embargo, cada mañana, al llegar al entrenamiento sus ojos estaban rojos. Luis, el último entrenador que tuvo nunca se atrevió a decirle nada pero siempre sospecho algo relacionado con las drogas, aunque le extrañaba que no se notara en su rendimiento. Acabó su carrera como profesional del futbol el mismo año que en su pueblo se creaba el primer equipo de baloncesto. Escuchó la noticia en la radio mientras metía un mate en la canasta que había puesto en la pared del garaje de su chalet, a las afueras de la capital. Estuvo a punto de fallarlo.


Para "Promesas de Antioquía", aunque no lo parezca aquí tienes un cuento de baloncesto.

Sueño

Sueño