"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

jueves, 26 de enero de 2012

¿Cuál es el juego?

Con la primera entrada por banda ya debí comprender que aquello no iba a ser sencillo. Había conocido jugadas casi increíbles donde velocidad y técnica se confundían en un compendio de maravillas que solo estaban destinadas a genios y ambidiestros; pero aquello superaba con mucho lo que yo había visto en mis pocos años dedicado a este deporte. En un quiebro prodigioso noté su mano tocando mi pelo. Podría haberme tirado al suelo, haber hecho gestos de dolor, pero los dos sabíamos que apenas había sido un roce, que mi impotencia ante su habilidad no podía convertirse en una obra de teatro barata donde el peor de los actores, es decir yo, interpretase una función estúpida y sin casi público. Apenas llevábamos unos minutos, pocos, y ya se instaló en mi la sensación de que no ganaría aquel partido. Quise recordar los cientos de entrenamientos que me habían convertido en un atleta envidia de mis compañeros. Quise hacer esfuerzos mayores, casi sobrehumanos, de esos que solo están reservados a quienes son capaces de pasar los límites de las pulsaciones posibles y llevar al borde del agotamiento mis músculos. Nada, de nada me sirvió. Cuanto más aumentaba mi esfuerzo con más facilidad me desbordaba, cuanto más agudizaba mi ingenio, más fácil le resultaba zafarse de mí y aparecer a mi espalda, a mi lado, frente a mí.
Finalmente me dí por vencido, no tenía sentido luchar con aquello. Si quería avanzar por la derecha que fuese así, si quería hacer filigranas a mi costa que fuese así. Acabé por comprender que no ganaría aquel partido por mucho que me esforzase. Y justo en ese momento me besó.
Y a mí me gusta el futbol. Entreno duro cada día. Corro la banda, pero su recuerdo siempre corre delante de mí. Cuando algún contrario pega su cuerpo al mío en un corner, se que no está bien, pero recuerdo el roce de su pecho contra el mío. Cuando agotado, después de un sprint, detrás de uno de esos que deben de haber confundido su deporte y deberían de ser velocistas de élite, siento subir y bajar mi pecho, buscando con bocanadas casi inhumanas el aire que le falta a mis pulmones, siento esa última respiración que llena mi pecho hasta llevarlo a punto de reventar, no puedo evitar acordarme de lo que sentí la primera vez que hicimos el amor. Pero yo soy futbolista. Y sin embargo ella juega en la distancia a crear canchas donde el único juego son sus ojos.
Y vuelvo al trabajo duro. Esta semana un partido, la que viene dos. Soy titular, en ambos campos. El futbol es así; y ella, así también. ¿Y yo?, yo juego un partido interminable donde un resultado incierto solo será una derrota cuando mi campo no sea su campo.


Para Granados, selcción española de futbol sub-18 (tu cuento)

lunes, 23 de enero de 2012

Averraciones sintactícas y gramaticales


Túmbale, túmbale, túmbale, túmbale, ahí vamos, así, sin conocimiento, como los listos. Joder que día más bueno hace y con que poca educación. La justa, tres gotas, y un palmo de los de antes. Me dejo los pies en casa, hoy no se anda, me dejo las manos en los bolsillos, hoy no se toca, me dejo los ojos pegados a los cristales de las gafas, podía haber sido un día de “hoy no se mira” pero se me pusieron tus pechos a la distancia de una mirada obscena. Y él le dijo “dame la mano”, así, sin anestesia, sin medir sus palabras, sin darse cuenta que había salido sin pies y no podría huir corriendo, y sin manos, para tomar la que le diera. Y eso ya habría sido grave, sin contar que ella, ella, ella, (esto es por el interés), era hija de banquero. Y una mano a plazo fijo, con el quince por cien de interés, no es una mano limpia. Mejor, se dijo él, habría sido dejarse la boca en casa. Una batuta pasa rodando calle abajo. Nadie pregunta nada. Llega al final de la calle, mira hacia un lado y hacia el otro, cruza sin prisa, nadie pregunta nada. Es enero, podría no serlo, podría ser rojo, o silbo, pero es enero, y no hace frío. ¿Entonces para qué es enero? Vuelvo a casa, arrastrándome por las aceras, quien tuviese una batuta a mano para subirse en ella y volar sobre sus notas. Vuelvo a ciegas, los ojos, y lo que es peor, las gafas, no quisieron volver conmigo, los muy golosos descubrieron que además de tus pechos podrían pasar la tarde mirando tu pelo, y tu espalda, y tus labios, y tus, aquí dejé de hacerles caso y tomé el camino a casa. Túmbale, túmbale, túmbale, sigue gritando sin cesar un policía desde la otra esquina de la avenida. Pero si va a rastras, le contesta un comerciante que no deja de vigilar con un ojo sus frutas, por si las moscas, y con el otro me mira reptando acera arriba. Y además va ciego, añade. Aquí, en cualquier otro texto que no estuviese basado en la difícil técnica de las “Averraciones sintactícas y gramaticales”, podría hacerse una especie de broma o jugada literaria sobre la droga, en nuestro caso es literal, baste recordar donde quedaron ojos y gafas.
Finalmente, aunque todos sabemos que en una historia cuando se pone “fin”, este no tiene mayor sentido si no lo escribe de su puño y letra la muerte, y no deja de ser un “hasta aquí te cuento la historia”. Decíamos que finalmente, llego hasta la puerta de mi casa, me siento en la entrada, al sol, mis pies salen y me miran con un poco de rencor pero se acoplan sin odio a mis piernas. Mis manos salen de mis bolsillos y echan mi pelo hacia atrás. Estoy casi seguro que hace un atardecer precioso, casi seguro, me lo dice mi piel, el susurro de un viento dulce, y un sonido a falda entre piernas que cruza sin prisas.

Dedicatorias

 A José:
Escribo palabras porque son el camino. Algunas me llevan a sitios donde nunca hubiese querido estar. Otras, a veces, con suerte, hacen que mi alma descanse el tiempo necesario para continuar. Estas, las que ahora salen de mi pluma, estas me llevan a un sitio donde soy feliz… a ti. Un abrazo, amigo.

A Pilar:
El mecanismo es más o menos el siguiente: cientos de músculos, de tendones, de trocitos de piel y pelo, miles de células puestas en movimiento por la orden de un cerebro que tiene millones de conexiones neuronales y eléctricas. ¿Realmente hace falta tanto?, a mí me basta con verte y se me activa la sonrisa, sin ciencia, a palo seco, como si te hubiese estado esperando.

A Leo:
En el montoncito de la derecha los recuerdos de la primavera pasada. En el del centro los de los cumpleaños y fiestas diversas. En las estanterías los de los amigos (de los enemigos no guardé nunca) y conocidos. Al fono, en un pequeño paquete atado con un pedacito de alma los tuyos. Ayer un rayo de sol se coló por la ventana y dio sobre ellos, hoy no ha habido noche.

A Mº Ángeles:
Cuando creas que no soy yo, no dudes, seré yo. Cuando yo crea que no eres tú solo he de recordar, y sabré que eres tú. Porque nada puede cambiar lo que somos, como nadie puede robar los recuerdos si estos siguen durmiendo en el trozo de corazón donde los guardamos.

Y ahora escucha esto...

martes, 17 de enero de 2012

Yo sabía que era prescindible desde el primer día

Yo sabía que era prescindible desde el primer día. Puede que fuese porque nunca sentí que tu mirada me atara, o que la mía lo hiciese. O puede que la culpa la tengan los besos, los que no nos dimos, porque los que nos dimos estaban dados. Quizá, forzando mucho la memoria, encuentre un par de segundos de duda, un par de segundos donde pudo ser, donde quizá, solo quizá; pero mi memoria es tan corta, y tu silencio tan largo. Y es así que nunca me abandonó esa extraña sensación de prescindible, lo intenté todo. Te leí algún poema, de los mejores, te presenté más de una canción que hubiese hecho llorar de amor a cupido, busqué entre mis caricias, las más tiernas, las más dulces, y las dejé ir sobre tu espalda, sobre tu cara, sobre tus pechos, y se murieron de pena, como murieron las letras del poema y las notas de las canciones, de pena.
Intenté adivinar, desde mi pasajera posición, que hacía que otros fueran necesarios. Su talento, su belleza, su juventud, no podía luchar con eso, y mis besos no ocultaban mi torpeza, ni mis manos los años que ya vivían en ellas, ni mi rostro su tristeza.
Yo sabía que era prescindible desde el primer día, si, sé que tarde casi un año en darme cuenta, mucho tiempo. Mucho tiempo para irse, y mucho para quedarse. Mucho tiempo para un solo beso, y sin embargo tan poco para un sueño. Probé con una lágrima, si una no conseguía cambiar nada de nada servía el llanto incontrolado; probé con la sonrisa, y se quedó helada en mi boca; probé con la mirada, pero unos ojos que no tienen color, y una celda de hielo, son mal comienzo para la eternidad. Probé, juro que probé, y no sirvió de nada, acabé, como ya sabéis, siendo prescindible, olvidado en un sofá lleno de pelos de gatos, acurrucado entre el oeste y un punto cardinal donde nunca da el sol. Al mirar hacia atrás veo una espalda, al mirar al futuro una espalda, y en medio el viento que levantan los ángeles cuando alzan el vuelo, y en medio de ese lugar sin nombre yo, solo yo.
Yo sabía que era prescindible, pero la sabiduría nunca fue mi fuerte, ni la sorpresa, aunque la resignación se empeñe en hablarme al oído con dulzura.

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jueves, 12 de enero de 2012

Estas son mis manos

Estas son mis manos. Sé que al mirarlas pueden parecer vacías, pero no es así. No imagináis cuantas veces han andando por la espalda de una mujer. Ni con la dulzura  con la que han acariciado más de un cabello. Nunca podríais imaginar con que facilidad han pasado de la rudeza del trabajo a la caricia sin pedir permiso, ni las veces que han salido de mis bolsillos, incluso en días de frío, de mucho frío, para buscar el calor de una piel que tuvo a bien acercarse a ellas.
Estos son mis ojos. Si, puede que sean miopes, demasiado miopes, y puede que la culpa la tenga la mirada. ¿Cómo culpar a unos ojos si trabajaron sin descanso para acumular belleza? Días de amapolas y caderas, días de atardeceres y pechos de trigo, días de oscuridad y miel. Y ellos, como dos infatigables obreros de la mirada, no dejaron escapar ni una sombra, ni un suspiro, ni una curva, fuese del camino o de la carne. ¿Cómo culparlos entonces del cansancio y sus defectos?.
Estos son mis labios. Ahora están secos, ya sabéis, el tabaco y este extraño tiempo que hace tanto que no trae la lluvia; pero bastará que se acerquen otros labios a la distancia de la intención y la saliva los dorará, convirtiéndolos en un manantial de agua y besos. Y no pondrán reparo a otros labios, ni a otros pechos, ni a otros valles o montañas. Serán labios de hielo si han de calmar el fuego de otros labios más ardientes O labios de trigo, si otros labios quieren que forjemos el pan. O serán labios sin nombre, si una noche, una calle perdida entre calles, y una mujer sin fecha, viene a buscarlos.
Y este soy yo. También al mirarme puede que me parezca demasiado a nadie. Pero a fin de cuentas soy un nadie con unas manos infatigables, con unos ojos que todavía soportaran más cansancio, y con unos labios que siempre han preferido al beso a la palabra. Mañana, cuando despierte y el sol entre por la ventana de mi habitación, será lo primero que haga, mover mis manos, para intentar agarrar el día con fuerza, abrir mis ojos, para que la oscuridad que siempre hay en mi alma se funda con la luz, y pasar la lengua por mis labios, salvo que otros labios hagan ese trabajo por mí.

---y ahora escucha esto.

lunes, 9 de enero de 2012

Demasiados días de sol

Demasiados días de sol, y en los días de sol el llanto es seco, y araña en el alma cuanto allí vive. Hoy la luna no quiso hacer el amor conmigo, y una extraña sensación a vida muerta se quedó en mis entrañas. Mañana, mañana puede que llueva llanto y mis ojos sientan el frescor de la lluvia, mañana. Demasiados días de sol para un corazón que prefiere las sombras que le llevan hasta la casa de unos labios. Pero siempre es medio día y no hay rastros que seguir en unas calles que parecen hechas para el olvido y la tristeza.
Y es un sol frío, un sol de enero que viene de los hielos, un sol sin la piedad que necesitan hoy mis manos, mis ojos, mi ausencia. Sé que en algún lugar, puede que tras las montañas que recortan el horizonte como una promesa de nubes que viajan hacía mí tras ellas, o puede que en los cientos de fuentes secas que pueblan mis recuerdos como mendigos infatigables, debe de haber una gota que seré capaz de transformar en llanto cuando estos días pasen. Pero hoy no, hoy el sol toca incansable a mi puerta, se cuela por debajo de las rendijas, se sube a las cortinas, se sienta en mi mesa, se agarra a mis piernas, y convierte en páramo cuanto toca, en un páramo donde la lluvia es un ancestral recuerdo.
Demasiados días de sol, si no viene pronto el llanto se secarán mis sentimientos, se convertirán en hojas secas que cualquier viento, el más torpe de los vientos, alejará de mi corazón. Y un corazón sin hojas no es más que un corazón, un espacio para el infinito donde el olvido trabaja sin descanso, una tumba, la más profunda de las tumbas. Una donde un único sepulturero, yo, trabajo día y noche.
Demasiados días de sol.

...y ahora escucha esto

domingo, 1 de enero de 2012

La mariposa

Ella esperaba metida en la cama, desnuda. Mientras él se iba despojando una a una de sus prendas. Sin prisa, la prisa siempre hace que luego la raya del pantalón no esté en su sitio ni el deseo cumplido. Apenas un par de prendas y su desnudez sería total. Y así sucedió. Entonces ella, entornando los ojos, con apenas un susurro que pretendió ser sensual, y que lo fue, le dijo “ven, te espero”, mientras apartaba las sábanas de modo que se vio todo su costado, desde el hombro hasta unas uñas pintadas de color violeta.
Él la miro con una mirada mitad mezcla de perplejidad mitad incomprensión, y le dijo “deja que termine de desnudarme”. Ella casi tuvo tiempo de esbozar un amago de asombro, pero él no le dio tiempo, cogió con cuidado la piel a la altura de uno de sus pies y tiró de ella con cuidado. Salía sin dificultad. Llegó a su ingle derecha y paró. Entonces tomó la del otro pie e hizo la misma tarea. Ella seguía mirando, incrédula; pero él, como si aquello fuese lo más natural del mundo, y para él lo era, siguió entonces tirando con ambas manos hacia arriba. Cintura, pecho, y cabeza, como si sacase un jersey que para un poco apretado. Hasta que toda la piel estuvo fuera. La tomó con cuidado, la dobló y la dejó en el respaldo de la silla. Si era importante dejar bien plegada la ropa, es innecesario explicar la importancia de que la piel quedase sin una sla arruga.
Ella lo miró. Sería el amor, sería el deseo, pero él, convertido en un compendio de tendones y músculos, seguía siendo lo más hermoso que ella había visto nunca, y de nuevo abrió las sabanas para indicarle el camino.
Él apenas hizo esta vez un gesto con la mano para indicarle que no había terminado todavía. Ella se sorprendió menos ahora. Las sorpresas pierden fuerza después del primer asombro. Se tapó con las sábanas e imaginando lo que sucedería a continuación esperó. Y él tomo una caja pequeña que había a los pies de la cama, de su cama, porque estaban en su casa, y la abrió, dejando ante la vista un sinfín de compartimentos. Tomo músculos, con un orden estudiado y meticuloso, y los fue dejando cada uno en el nombre indicado en la caja. Después del último fue el turno de tendones, de órganos, hasta que solo quedó un esqueleto brillante. Cualquiera hubiese pensado que así es como tomaba la ducha cada día. Los huesos tenían un color marfil como nunca antes ella había visto. Estuvo a punto de volver a abrir las sábanas e invitarlo, pero no sabría explicar el por qué adivinó que todavía faltaba algo, lo más importante.
Y así era. Entonces, en una operación de exactitud como solo requería aquella tarea, cada uno de los huesos, como por arte de magia, sin que nadie los tomase en sus manos, fueron cayendo a los compartimentos que quedaban en la parte superior de la caja. Piernas, tronco y cabeza, quedaron como un vacío donde antes un hombre con un traje de la última temporada la miraba con una mirada que ahora reposaba en el fondo de la caja. Al caer el último hueso, estaría por jurar que fue el parietal derecho, la caja se cerró, y en el aire, ella no fue capaz de adivinar de donde había salido, una mariposa, la mariposa más bella que había visto nunca, movía sus alas sosteniéndose como si solo un suspiro, o un beso, la mantuviese en suspenso. Ella abrió las sábanas, esperando, y la mariposa voló hasta su pecho.

Sueño

Sueño