"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 18 de diciembre de 2011

Nunca tiene prisa

Sale de la ducha. Se seca con cuidado, no hay prisa, nunca tiene prisa. Yo lo espero sentado al borde de la cama. Se peina, se pone las gafas, y se viste mientras me lanza una mirada, de vez en cuando, para comprobar que sigo ahí. Y ¿dónde voy a ir? Miro por la ventana de la habitación, el sol hace poco que salió. Al girar la vista lo tengo ante mi, me sonríe, me da la mano y me ayuda a levantarme. Me abraza, casi sin fuerza, pero se mete dentro de mí, muy dentro de mí. Giro y comienzo a andar. Apenas unos pasos hasta la puerta y el tiempo y el espacio pierden todo significado. Arrastro mis pies, mi ánimo, mi desgana. La calle es siempre cuesta arriba. Mis piernas sienten todos y cada uno de sus músculos, de sus tendones, de sus venas. No parecen máquinas perfectas diseñadas para andar, sino un compendio de dolor y fatiga que mi cabeza repasa una y otra vez. Hoy no quiero ver a nadie. Pero mis ojos trabajan para mi mala suerte. Manos, brazos, miradas, saludos, palabras que se atropellan en mi boca, en mis oídos, en mi cabeza, como si su único fin fuese alimentar a quien me ocupa. Un laberinto del que siempre salgo, el más cruel de los laberintos. Uno que en lugar de estar pensado para la posibilidad de la pérdida eterna, fue construido para encontrar siempre la salida y volver una y otra vez a un mundo del que se intenta huir. Y una agenda, que hasta hace poco era una buena excusa para un insondable precipicio de papel blanco, se ha convertido en una fábrica de eslabones que se conectan sin orden alguno formando cientos, miles de cadenas entrelazadas entres sí que atrapan mi cuerpo y mi alma y de las que tengo la sensación que jamás me dejarán escapar. Y él está feliz dentro de mí, ni en sus mejores tiempos el cansancio podría haber soñado un lugar mejor para pasar sus vacaciones. Cuando llego a casa no ceno, mi ánimo nunca es capaz de subir las escaleras, se queda abajo. Con las pocas fuerzas que me quedan voy hasta la habitación, me desnudo sin mucha fe y me acuesto, mientras escucho como el enciende el televisor y se queda un rato en el sofá. Cierro los ojos mientras escucho cada noche su risa. Al día siguiente, siempre, desde hace unos meses que se asemejan demasiado a siempre, lo primero que escucho es el agua de la ducha.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Si no fuera la noche.


Sé porque lo hago. Cada día, con el alba, comienzo un nuevo proyecto. Algunos son simplemente irrealizables, como el de ser feliz un día. Otros, los más, bastaría un poco de voluntad, la mínima, y antes del almuerzo serían un hecho. No importa si el día es de rayos de sol clavados en la espalda como una condena de fuego o si una nube, solo una basta para un día de lluvia, se acomoda a mi paso y riega mi silencio. Abro los ojos, y antes de respirar, ya hay un proyecto sentado en el canto de la mesita mirándome. Me pongo las gafas, sólo entonces distingo entre proyecto y los peluches que quito cada día de la almohada y dejo en la mesita. Un elefante y un tigre, abrazados, casi siempre abrazados. Desayuno dándole vueltas en la cabeza, como un malabarista. Día hay en que son dos o tres y más de una vez se me cae alguno al suelo, o dentro del vaso de leche. Vaya, otra gota sobre la mesa, trapo amarillo y trapo azul, o disimulo. Luego nos vestimos, a menudo yo a ellos, en ocasiones, raras ocasiones, ellos a mí. Les pongo pantalones, por lo de la decencia, camisas o camisetas, por lo del frío, y zapatos, a ellos y a mí, por lo de las calles de cemento que ya no permiten el paso descalzo. Y salimos a la calle. Vamos a casas, hablamos con gentes, reímos en el parque en alguno de los descansos, y nos vamos dejando el pelo largo, más por olvido que por coquetería. Y pasa el día, a menudo entre gente que nos ve como “loquitos”, no es normal que un elefante, de peluche, un tigre, de peluche, y un proyecto, de ternura, lleven bajo el alma una carpeta, de sueños. Por eso, cuando cansados volvemos a casa, a veces sin pantalones, otras sin camiseta, o sin zapatos, y dejamos lo que queda de nosotros sobre la butaca de la habitación, mis peluches se acuestan en la mesita, los proyectos se esconden bajo la cama, porque nunca fue el miedo su frontera, y yo me meto bajo las sábanas, no sin antes quitarme las gafas para que la oscuridad encuentre campo abierto, y alguien, puede que cualquiera de ellos, o yo, eso nunca se sabe, susurra con una dulzura de futuro “si no fuera la noche”, y caemos rendidos, que no vencidos, hasta mañana, siempre hasta mañana.

sábado, 10 de diciembre de 2011

¿Qué pasó con nuestro tiempo?

¿Qué pasó con nuestro tiempo?, ahora sólo tenemos los relojes, y saetas frías como hielo rozando una y otra vez eternamente contra dos corazones cargados de ausencias. ¿Para qué estas bocas llenas de dientes, de labios, de silencio?, ¿dónde se fueron los besos que nacían sin llamarlos, atropelladamente, como si su único fin fuese una noria de labios y un tiovivo de saliva y deseo? ¿Qué condena rectilínea pegó unos brazos a un cuerpo indolente?, ¿dónde están las curvas que les daban vida? ¿Dónde las caricias? ¿Por qué vienen cada día a trabajar estas tierras el frío, la derrota, la añoranza, y nunca viene el olvido?
Dejó de hablar. El eco, cada vez más suave, apenas traía el ruido de alguna puerta que se cierra.
Cuando venga el silencio, cuando el sol acabé por esconderse detrás de los árboles que veo desde mi ventana, cuando la última brasa se apague, cogeré esta lágrima, plegaré los recuerdos con cuidado, abriré el último cajón de la cómoda, y dormiré.
Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y volvió a pensar “¿qué pasó con nuestro tiempo?”.

Y ahora escucha esto...

sábado, 3 de diciembre de 2011

Me dijo tantas veces que no me amaba

Me dijo tantas veces que no me amaba, que al cabo le resultó un problema. Cuando alguna lágrima llegaba a sus ojos pensando en mí, no sabía el por qué. Cuando un nudo, uno de los pequeños, de los que no son de marinero, se instalaba en su estómago o en su garganta, al leer mis poemas, pensaba sin mucha fe “me habré constipado”; pero esta excusa servía poco en agosto. O cuando de repente el deseo, todos sabemos de la informalidad del deseo, se presentaba en el momento menos esperado, pero no solo en la entrepierna como es costumbre, sino que se daba un paseo por el corazón, y llegaba con un lágrima y un nudo pequeñito gritando que era por mí; entonces no era mala excusa estar en primavera por aquello de la sangre, y porque cuantas menos explicaciones se tuviese que dar mejor.
Yo sin embargo el primer día, mirándola a los ojos, ya le dije “te amo”, por si acaso. Porque uno ya sabe que pasa con estas cosas. Por eso sé que el día que llegue una lágrima pensando en ella será porque se ha ido. O que si un nudo, pero de los grandes, de los que pueden acabar convirtiéndose en un dolor crónico por la ausencia, se instala en mi cuerpo, porque será de cuerpo entero, sabré que ha sido por lo mucho que ella me amaba. Y cuando me llega el deseo, aunque alguien que siempre vive aquí no llega, simplemente da los buenos días, no necesita pasar por mi corazón ni por mi entrepierna, tan solo saluda, se quita la ropa sin cuidado dejándola esparcida por la habitación y la busca.
Así que ahora, cuando hacemos el amor, ella nunca me dice que me ama, no está bien mentir en momentos tan especiales. Tan solo sonríe, como un ángel, y a veces ríe (aun no tengo claro el por qué), y se pierde en suspiros, sin amor claro, y en gemidos, sin amor y sin precaución, porque llena de gemidos la cama, envolviendo mi cuerpo y mi deseo. Yo tampoco le digo que la amo, para que. En esas situaciones, mi deseo y yo, estamos demasiado ocupados para perder el tiempo en poesía. Puede que seamos algo insensibles, aunque la sensibilidad en esos momentos va por barrios.

Y ahora escucha esto...

Sueño

Sueño