"Yo te contaré cada día un cuento, y tu me regalarás tu mirada"

domingo, 27 de noviembre de 2011

Un día el mar, o la mar, nunca se sabe, me preguntó “¿De qué color es el beso que me guardas, si es que me guardas un beso?” Y me di cuenta de que mis besos no tienen color, son transparentes, como el deseo. Son del color de los labios que me besan. Entonces se llenan. A veces como arco iris sin límite de colores, otras de rojo, de un rojo intenso, que da la sensación de haber besado la sangre más pura en el centro de un corazón. La mayoría de las veces toman el color de lo que nunca ha dicho la boca que los besa, de sus miedos, y sus anhelos, de sus caminos sin huellas que nunca se atrevieron a andar. Entonces en mis besos hay manos que esperan tendidas a otras manos, y un banco donde espero, y tiempo, mucho tiempo. Pocas veces, cuando los labios pasaron por casualidad y sin más pretensión que mi boca, mis besos siguen transparentes, como el deseo.
Hoy, hace apenas unos segundos, el mar, o la mar, eso nunca se sabe, me preguntó de qué color es el beso que le guardo, y estoy seguro que una ola rompió en ese momento contra el alba, llenándolo todo de espuma, como mis besos, y dejando un rastro en la playa que lleva hasta mi boca. Porque recuerdo la espuma en sus labios, y un atardecer donde sus miedos estaban siempre escondidos entre las rocas, y su boca, y su risa al ver el color de mis besos sin saber que eran los suyos. Si mañana el mar llega a mi puerta, o mis pasos me llevan a su playa, llegaré con mis besos trasparentes, a pintarlos de luna y de amapola, a pintarlos de…¿de que color pintará la mar mis besos?.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Armo palabras como si fueran de luz

Armo palabras como si fueran de luz, sin embargo hoy volvió la noche. Paro el viento, dejo que mi pelo se mantenga suspendido mientras cientos de aves se quedan clavadas en el cielo con sus alas abiertas, sin embargo una mujer dobla la siguiente esquina y desaparece de mi vista. Río, dicen que la risa es un buen medicamento, y cada carcajada se convierte en un verso, un poema que habla de amor hasta que el olvido escribe el último verso. Miro mi cielo, cuento estrellas, hoy hay una menos. Vuelvo a escribir las mismas palabras que he escrito una y otra vez, como si fuese un castigo que nunca acabo de cumplir. Si mañana tengo tiempo lloraré. La noche ya está aquí, trae su escoba, y barre el olor de todas las pieles, se lleva la risa, guarda en sus cajones caderas, pechos, deseos cumplidos y los que nunca se cumplirán, y hace un pacto con el recuerdo que nunca son capaces de cumplir. Puede que en algún lugar alguien llore sobre mi alma. Mañana será otro día. Pero el día es siempre el mismo en este páramo donde hoy no hay nadie que de cuerda a los relojes ni mida las distancias. Abro un grifo, una gota de agua cae y se queda suspendida a dos centímetros. En ella, el reflejo de mis ojos y de una lágrima que refleja la gota en una eternidad de juego. Si mañana tengo tiempo lloraré. Cojo mi cuerpo y la tristeza, la cama puede que sea un buen aliado. A uno lo acuno, como si fuese un niño, como si fuese un ángel. La otra se sienta a los pies de la cama y mira como cierro los ojos por si la luz se escondió en mis parpados. El silencio me toma de la mano y me hace caminar hacia otros mundos. Me mira, sonríe. Sus labios son de plumas y hace intención de hablarme. Le tapo la boca con la mano y le susurro “mañana será otro día”.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Un atisbo de cordura. Tres. Si esta noche...

Si esta noche que nunca termina, porque no está en un cielo con tiempo, sino en mi alma, quisiera dejarle un rinconcito a un rayo de sol. Si este dolor, que no puede pedirle explicaciones ni echarle culpas a un golpe, porque nace en cada poro como un manantial de hielo, le dejase espacio, no importa cuánto, apenas un pedacito, a la ternura. Si este sabor a hiel y retama, que no entró en mi boca al morder la vida, sino que parece que nació con el primer diente y tomó acomodo por siempre, sin que el más dulce de los licores sea capaz de borrarlo, dejara que un beso, solo uno, no pido más, caminase durante unos segundos por mis labios. Si ese grito, que mi garganta rota de tanto silencio, no pudo emitir nunca, porque para un grito hace falta rabia, o felicidad, o miedo, y los sentimientos pasan siempre de largo en mis tierras. Si ese grito se tomase tiempo, mirase con calma a los ojos de quien nunca me mira, y se precipitase al vacío quebrando en cada oído un muro de ausencias; pero un grito no es nada cuando nadie lo lanza ni nadie lo espera. Si estas manos, manos a las que casi no les falta nada. Dedos, falanges, yemas, movimientos casi imposibles, deseo y fuerza. Si estás manos no tuviesen solo la excusa de mi cara, de una camisa, de un teclado, y poco más. Si otras manos, aunque solo fuese dedo a dedo, las rozasen. Que poco es un roce pero cuanta vida en la intención. Pero se esconden temblorosas tras un manto de callos e indecisión.
Si yo, o tú, o los dos juntos, cogiésemos ese rayo de sol, un rayo capaz de acabar con todo nuestro dolor, y juntásemos nuestros labios. El sabor a retama nunca soportó la dulzura de un beso. Y entonces un silencio, o el más atronador de los sonidos, diesen la bienvenida a nuestras manos. Entonces…pero mientras tanto es de noche, y el silencio se esparce hasta el horizonte.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Vuelvo enseguida.

Estoy vivo, o eso creo. Si el que acaba de encenderse un cigarro, el que teclea ahora en el ordenador, y siente un tímido frío en los pies soy yo, debo de estar vivo. Sin embargo en mi cabeza todavía quedan los restos de un entierro. Las plañideras aun sollozan a ratos. El olor a los crisantemos todavía se esparce por mi pelo. Un desierto sin arena se extiende ante mis ojos y el viento no encuentra en él un camino por el que avanzar. Hace frío. Hace tanto que no lloro. Marte abre sus alas, vuela, y en sus grandes ojos se ve el reflejo de una puerta, donde debería de estar yo apoyado, pero no hay nadie. Es febrero, otra vez es febrero, como si quisiese cobrarse su deuda de cuatro años en un solo instante, y me retiene en un mes donde nunca florece una amapola, ni el deshielo inunda mi alma de un agua fría y salvaje. Es febrero. Cuando se vaya esta noche, que cansada del camino decidió quedarse en mi casa, puede que entonces mi boca recuerde el lenguaje, aunque sea tan solo con un grito desgarrador que rompa este silencio en cientos de pequeños susurros. Puede también que una mujer cierre mis labios con un beso, puede. Me acabo el cigarro, dejo de escribir, el frío ha subido infatigable hasta mi corazón. Es febrero. Vuelvo enseguida.

Sueño

Sueño